viernes, 15 de febrero de 2008

Debe haber una razón específica para que la gente se enamore. Algo que explique por qué siempre terminamos en el mismo estado, en la misma cámara de gas rosado. Quizás es una necesidad pura del ser humano, el querer que alguien acompañe cada paso. O tener un hombro sobre el cual descansar cuando tienes sueño o llorar cuando tienes pena. Pero ¿por qué?... Si muchas veces nos metimos en una casa de mil espejos que no sabemos tiene un asesino oculto. Y cuando salimos, libres de la muerte pero con miles de cicatrizes cruzandonos el pecho, cual actor de película gringa, volvemos a meternos tras esa puerta y pagamos un precio de mil pesos por un corazón destrozado y una cicatriz eterna... Otra vez. Yo tengo una teoría.
Nos gusta enamorarnos y sentir que nos aman de vuelta. Amámos sentirnos importantes para alguien, sentir que el corazón se nos quema si nos miran, si nos escuchan, y cuando digo quemar no me refiero a algo lujurioso. Nos gusta mirar en los ojos de alguien y vernos en un futuro. Y ¿por qué? Porque la gran razón por la que nos gusta enamorarnos de alguien y no de algo es porque podemos proyectarnos. Evidentemente ni un maniquí -literalmente- ni una escoba puede darte la casa en la pradera y el perro similar a Lassie pero principalmente... Una escoba... No puede enamorarse de ti.

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